CAROL XLIII: CON LA DUDA

CAROL XLIII: CON LA DUDA

Hace rato que mis suegros se han marchado. ¿Puedo llamarlos así? No me suena demasiado bien. Rectifico: hace rato que los padres de Adrián se han marchado. Mi descanso se ha ido a hacer puñetas. Y no sólo por el buen rato que me han tenido sentada en el sofá escuchando sus argumentos. También porque mi mente ya no es capaz de parar de pensar. Da vueltas y vueltas a lo mismo: ¿Se lo cuento a Adrián?

Si estuviera mi amiga Diana aquí, sabría qué hacer. Pero no quiero molestarla. Después de su ruptura, decidió irse unos días de vacaciones. Bueno, de vacaciones no, porque trabajar, lo que se dice trabajar, poco. Diré mejor que se ha marchado para despejarse. Al parecer, a su vuelta, habrá tomado ya una decisión con respecto a Alberto.

Así que me encuentro sola ante el peligro con mi dilema. Por una parte, le veo toda la lógica el decírselo. Son sus padres y, aunque se hayan equivocado, están dispuestos a recapacitar y volver a estrechar lazos con su hijo. Su único hijo, además.

Peeeroooo, por otra parte, mi instinto me envía señales contradictorias. ¿Y si es una trampa? ¿Y si los padres de Adrián se han confabulado de alguna forma con Amanda (uy, que me atraganto) y quieren alejarme de Adrián?

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Teniendo al enemigo en casa les resultaría más sencillo dinamitar nuestra relación. Pero este pensamiento me lleva a una pregunta: ¿es fácil dinamitar nuestra relación? Porque si es una relación fuerte y sólida, no tendría que estar asustada.

Y ahora es cuando más dudas tengo. ¿Mantenemos una relación sólida y estable? Nos conocemos desde hace relativamente poco tiempo. Él se está haciendo cargo de una hija que no es suya. Y yo sigo adaptándome al hecho de ser madre.

Ufff, me duele la cabeza. Y cuando estoy así es mejor parar y comer algo. Puede que sea por estar tanto tiempo cavilando o puede también que me esté dando una bajada de azúcar. Carol exige que la mantenga alimentada todo el tiempo. Las dos Carol, para qué engañarnos.

Sin mucho remordimiento de conciencia me meto en la cocina y voy directa a por la caja de donuts que hay en la encimera. «Que quede alguno relleno de chocolate. Que quede alguno relleno de chocolate». Sólo espero que mis plegarias sean escuchadas. Abro la caja con ansia y… ¡bieeeen! Por lo menos he tenido suerte y algo me ha salido bien. Que en los últimos tiempos la fortuna no ha sido mi aliada.

Y, entonces, la imagen de Adrián se cuela en mi cabeza. Trago el último bocado del donut (sí, ¿qué pasa? Como deprisa) y recuerdo el día en que lo vi por primera vez. A fin de cuentas, la suerte no me ha abandonado del todo.

Sonrío como una pánfila y agarro la caja de donuts. Con que le deje alguno a Adrián…

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